Historias ficticias
Estaba lloviendo mucho. Una madre y su hija, sin impermeables ni paraguas, debajo de un balcón para mojarse lo menos posible, estaban esperando un taxi. Al cabo de mucho esperar y de que todos los coches que pasaban estuvieron ocupados, se presenta ante ellas un hombre mayor, de unos setenta años. No era un pordiosero ni parecería un malvado ni un impostor ni nada por el estilo: llevaba un sombrero y una americana preciosos, y, lo más importante, tenía un paraguas de seda. El hombre estuvo durante mucho rato intentando convencer a la madre de que le diera una libra para coger un taxi, a cambio, él le daría su paraguas de seda. Al final la convenció. La madre y la hija observaron los pasos del hombre, que se apresuraba y cambiaba de dirección. Lo siguieron y vieron que entraba en un bar. Se bebió de un trago un triple de Whisky y dejó sobre la barra la libra que había conseguido. Después, con toda normalidad, se vistió con su americana y sombrero y cogió un paraguas que había en la entrada. Salió del bar y se fue con otro tipo a regatear por el paraguas y la libra.
Los mejores relatos de Roald Dhal
El hombre del paraguas
La visita del Papa
Me mudé a Barcelona hace sólo un par de meses y aún no conozco muy la ciudad porque estoy todo el día en el trabajo. Tenía un pequeño piso en el centro de Barcelona, concretamente en la calle Marina. El domingo siete de noviembre salí a pasear para conocer mejor la ciudad y me encontré con mucha, muchísima gente alrededor de la Sagrada Família y las calles cercanas.
Pasé cerca de mucha gente que decía: “No queremos al Papa” o “Fuera Bendito VI” y, de pronto, vi a un policía acercándose hacia a mi y me dio un golpe con la porra. Me fui arrastrando hacia un lugar donde no hubiera gente y allí escuché todo lo que ocurría. Oí coches de policía y, más tarde, un hombre de más o menos setenta años ¡recitando la misa en catalán! Esto no me entraba en la cabeza, cómo podía ser que durante tanto tiempo Bendito VI no haya dicho nada en catalán y, ahora, hacía las partes más importantes de la misa en esta lengua. Pero ahora no me podía preocupar por eso, tenía que encontrar mi casa cuya dirección no recordaba por culpa de la policía.
Estuve toda la mañana dando vueltas por Barcelona y, por todas partes, salía cara de Bendito VI narrando la misa. Al final, me cansé de tanto andar y me senté en un bar a pedir una Coca-cola. Recuperado ya del cansancio, iba a salir y me encontré frente a mí el camarero del bar, me decía que tenía que pagar la bebida pero, ¿qué era pagar? Me fui corriendo y lo despisté.
Me encontré otra vez con la gente que rechazaba la visita del Papa. Yo tenía que cruzar la calle, así que me fui a dar un rodeo por dónde había la policía, de ese modo no creerían que era un manifestante. Aún así se acercaron dos policías con su escudo de plástico y me dieron una paliza con sus porras.
Si os puedo contar esta historia es “gracias” a los dos policías que me apalearon y me ayudaron a recobrar la memoria.
NO SOY CAMPEÓN
Sí!, Viva! Sólo falta un juego para acabar el partido y, si lo gano yo, seré campeón del mundo. El sudor frío me está chorreando por el frente y salen salpicaduras cada vez que devuelvo una pelota. Todas las bolas que me envía el enemigo, yo las devuelvo con toda la energía que puedo. Treinta a quince a mi favor. Cada vez estoy más cansado y las piernas me fallan. Treinta a treinta, estamos empatados. Parece que el contrincante esté mucho más enérgico cuando más cansado estoy yo. Cuarenta a treinta a su favor. Sí! La pelota que me tira me va directamente a la raqueta pero ... No! La pierna me ha quebrado, un pinchazo muy agudo me ha destrozado la rodilla. He perdido. Tanto tiempo de entrenamiento y esfuerzos para acabar perdiendo por culpa de una estúpida rampa.
Me levanto llorando y me dirijo, lentamente, a felicitar al ganador. Y luego que me curen la rodilla.
Instrucciones para mantener una familia unida
Como comprobaréis en las siguientes instrucciones, para mantener una familia unida, es de vital importancia tener un hermano pequeño. Sin él seria más difícil que los padres estuvieran pendientes de ti. La familia es una institución básica para el funcionamiento de nuestra sociedad. A lo largo de los siglos, ha habido muchas formas para mantener las familias unidas. Si preguntéis a vuestros abuelos, os dirán que ellos nunca se discutían o peleaban con sus hermanos, ya que el abuelo siempre tenía la razón. Yo, por otro lado, os voy a mostrar una forma mucho más fácil y eficaz (y, si eres el hermano mayor, divertida) para mantener unida la familia.
Para empezar, hay que esperar que el hermano pequeño esté haciendo alguna faena que requiera un mínimo de concentración. Cuando esté trabajando, hay que decirle cosas que no le puedan gustar, obviamente, sin que los padres te oigan. Cuando hayamos terminado esta fase y el hermano nos haya dicho un par o tres de veces: “¿Ya basta, no?”, o “¿Por qué no paras?”, o algo por el estilo, debemos continuar con los comentarios, pero molestándole físicamente, tocándolo. Hay que tocarle allá donde tenga cosquillas. De vez en cuando, le podéis propinar alguna suave “colleja”. Las cosquillas no se deben hacer de manera ininterrumpida, sino con un lapso de tiempo entre ellas; esto todavía le molesta más. Si conseguís que vuestro hermano pequeño se enfade y grite, los padres harán acto de presencia. Es importante que en ese momento, pongáis cara de no haber roto nunca ningún plato. Con un poco de suerte, los padres reñirán al hermano pequeño y, si no es así, os llamarán la atención a vosotros. Hagan lo que hagan, habéis conseguido vuestro objetivo primordial: los padres se involucran en la situación, están pendientes de vosotros y, en definitiva, se estrechan mucho más los lazos familiares.
Semejanzas entre hombres y gaseosas
Durante muchos años, se han escrito instrucciones para todo tipo de cosas: instrucciones para los televisores, instrucciones para los videos, para instalar un ordenador, para jugar a algunos juegos… En la mayoría de las ocasiones, el comprador ni tan siquiera se las lee, pues prefieren aprender con el método de prueba-error. Y así nos va.
En cambio, no se han creado instrucciones para la vida cotidiana, a pesar de que actuamos mal en demasiadas ocasiones. Por ejemplo: ¿cuántas personas abren una botella de gaseosa y se produce una inundación a sus alrededores? Platos de gambas o carne asada bañados con la espuma del cava. Pasteles de La Sirena rociados con la espuma negruzca de la Coca-Cola. Si deseamos abrir una botella sin que salga el gas, debemos, en primer lugar, sacar un poco el tapón de la botella hasta que veamos que la espuma está a punto de salir. Volvemos a cerrar y dejamos que el líquido repose. Cuando veamos que la espuma ha bajado, podemos continuar abriendo el tapón. Si vemos que la espuma vuelve a salir, repetimos el mismo proceso. Y así, tantas veces como sea necesario, hasta que hayamos abierto la botella y el gas se haya evaporado.
El ser humano es como una botella de gaseosa. En una discusión, la rabia se va acumulando, hasta que al final explota e insulta al que tiene delante y se queda desahogado. Después se vuelve a empezar, la rabia se vuelve a acumular y lo vuelves a insultar, y así sucesivamente.
Por eso es tan importante saber escoger (o encontrar) a la persona que sepa sacar con más dulzura el tapón.
Instrucciones para mantener una familia unida II
Como bien habréis comprobado en “Instrucciones para mantener una familia unida”, es básico tener dos hermanos: el pequeño y, claro, el mayor. Pero el padre o la madre también son también una pieza muy importante para conseguir que la familia se mantenga unida, pues sin ellos, no habría nadie que pegara los gritos al hermano mayor o al pequeño. Todos vemos en los padres unas personas que nos mandan, nos obligan y nos prohíben hacer cosas, pero se debe pensar que si dicen o hacen algo, debe de ser para el bien de sus hijos.
La tarea de los padres para mantener la familia unida es la siguiente. Cuando el hermano mayor esté molestando al pequeño, los padres deben esperar a ver si las cosas vuelven a su cauce sin mayores discusiones. Si ven que no es así (que será lo más normal), deben avisarle que o para o lo van a castigar prohibiéndole algunas de esas cosas que tanto les gustan a los hijos. Así es normal oír gritos del estilo: “¡Si no paras de una vez, te estarás toda esta semana y la siguiente sin poder jugar a la Wii (o a la PlayStation, o al ordenador…) ¡”. O “¡Basta ya, o no saldrás durante todo este fin de semana y el que viene!”. Detalles de este tipo, poco importantes para ellos, pero que les encantan a sus hijos adolescentes. En caso que fuera el crío pequeño, se le puede amenazar con dejarlo sin televisor o sin los juegos con el vecino. Los padres, cuando ya han avisado al hermano, se dedican a sus cosas y el hermano mayor se lo tiene que pensar muy bien antes de volver a la acción. Pero el hermano mayor no puede resistirse a la enorme tentación de molestarlo. Así que insiste: le hace cosquillas, le da un par o tres de “collejas” y , cuando vuelven los padres para reñirle, se estira en el sofá y se hace el despistado diciendo que él que no ha hecho nada y que ha estado mirando la tele todo el rato, y que si el otro grita es solo porque quiere que le peguéis gritos a él, pobre víctima. Los padres, ya acostumbrados a los gritos del hermano pequeño y a los “despistes” y excusas del mayor, van a castigar, con una de las cosas que le han dicho anteriormente al hermano mayor, y también castigan al hermano pequeño porque siempre está gritando.
Después de haber concretado el castigo, los padres se sentirán desahogados y descansados. La paz familiar vuelve a imperar en la casa. Los hijos se callan, hacen sus deberes o leen o miran la tele, en silencio. Llega la hora de la cena y los padres, más tranquilos, empiezan a hablar de varios temas, incluyen a los hijos en la conversación, preguntan cómo les ha ido el día… ¡Una familia unida! Y para que no se rompa esa magia, cuando los hijos se van a sus habitaciones, el mayor empieza de nuevo…
Carta de un amigo japonés
Querido Dimitro:
Te escribo esta carta porque necesito hablar con alguien cercano, aunque se halle a miles de quilómetros. Te siento cercano porqué sé que me comprenderás. El día once de marzo, a las tres menos cuarto, un terremoto asoló nuestra ciudad. Unas horas más tarde, llegó un tsunami con olas de diez metros de altura que destrozó lo poco que se había mantenido en pie. Ahora (y cuando te llegue la carta seguro que continuará igual) nuestra central nuclear está a punto de volar por los aires.
El Gobierno nos ha dicho que tenemos que quedarnos en pabellones o locales lo bastante grandes para que quepa toda la gente que se ha quedado sin hogar. El estado y el “mundo” nos proveen de alimentos y agua potable. Mientras, muchos de los hombres que trabajaban en la central, los bomberos y los samuráis, están intentando refrigerar los reactores.
El gobierno dice que es mejor no salir a causa de la nube radioactiva, así que observo todo lo que ocurre fuera desde una pequeña ventanilla. Veo a unos hombres, equipados con vestidos antinucleares, que sacan un cuerpo de entre ruinas. Junto a ellos veo los hierros retorcidos de una columna, que parecen los dedos de una momia agarrándose a la nada. Hay moho en los bordes de la ventana. A lo lejos todavía veo como el mar se lleva todo lo que queda y el humo negro con alguna llamaradas de fuego de la central nuclear, no soy capaz de imaginar la peste de ceniza y humedad que debe haber allí fuera. Se ven coches apiñados entre las ruinas y algunas ruedas mezcladas entre los despojos. Cerca de los hombres, veo una cañería escupiendo agua que, como toda la demás, no debe ser potable. El cielo está cubierto por unas nubes grises generadas por la central.
Soy el único que te puede escribir de mi familia. Estoy solo. No sé nada de ellos. A lo mejor el techo de casa les está sirviendo de tumba. A lo mejor no. No sé nada de ellos. Nada.
Ojalá pueda, al menos, tener noticias tuyas.
Harumi
Diálogo de aventuras:
Vicente: ¡Izad la vela!
Benjamín: Sí, señor.
Vicente: ¡Remad también!
Benjamín: Señor, una nave se nos acerca por popa.
Vicente: ¿Tiene bandera?
Benjamín: Sí capitán, con una calavera.
Vicente: Está bien. ¡Todos a vuestros puestos, preparad los cañones y estad a punto para el abordaje!
Benjamín: ¿No huiremos, señor? Nuestro el navío es más rápido que el suyo.
Vicente: Pero nuestros son más fuertes y valientes que los suyos. ¡Venga rápido!
Benjamín: Capitán, ellos tienen muy buena artillería.
Vicente: ¿Pero que no lo entiendes?, para esto estamos en la armada, ¿si no lo hacemos nosotros, quién lo hará?
Benjamín: A sus órdenes capitán.
Los vecinos
Muy fuerte es la tentación. Los gritos de mis vecinos jugando. Tirándose la pelota de un lado hacia a otro, y además tengo que recogérsela si se les va a mi jardín. Y yo aquí, encerrado en mi habitación concentrado en mis estudios y pensando en los exámenes.
“¿Vienes a jugar con nosotros?”, esa es la pregunta del fin de semana, no me la puedo quitar de la cabeza, se repite y se repite. “No, que tengo que estudiar”, eso era lo que siempre les contesto, pero en el fondo estoy contento de ello. Yo me paso todas las tardes estudiando y quién sabe si de aquí quince años solamente voy a trabajar un par de horas cobrando una millonada. Y las dos horas que trabajo voy a tener que aguantar a mis ex – vecinos, preguntándome para entrar en mi empresa.
Eso es lo que pienso cuando estoy estudiando, y me da ánimos para no parar y no cansarme. Estoy seguro de que me servirá.
La felicidad
Uno de los mejores momentos de la semana, es cuando estoy en mi habitación, sólo, sin que nadie me moleste, sin que nadie entre y salga pidiéndome cosas. Cierro la puerta y pienso en mis cosas. Escucho a los pájaros cantando y aleteando cerca de mi ventana, mis vecinos jugando y gritando por la calle… Después cojo mi harmónica del estante y me pongo a tocar, el tipo de música siempre es distinto según mi estado de ánimo. Puedo pasar de la música más alegre, a la música más triste y melancólica.
Después, si mis padres no me piden que les ayude o algo así, cojo el libro que tengo en la mesilla de noche y lo leo.
Las tardes de los fines de semana, son para mí los mejores de todos.
La faena de mamá
Y otra vez… Ya vuelven a discutirse, cómo cada noche. Yo estoy tirado en mi cama, con los pies congelados y un par de mantas sobre mi cuerpo, intentando dormir, pero no puedo. Oigo como mamá llora, y papá continua gritándole. Escucho toda su conversación. Oigo mucho ruido, papá la pega y, de pronto, todo termina. El silencio se apodera de toda la casa. Cuando papá pasa por delante de mi habitación, yo me hago el adormido porqué no quiero que me diga nada. La mañana siguiente, le pregunto dónde está mamá y me dice: “Se ha ido a otra ciudad para el trabajo, y no volverá”.
…Mamá no tiene ni busca faena.
https://www.youtube.com/watch?v=sq187ARsRMM
Indignados
Lleno de cardenales y un moratón enorme en el ojo. Esto lo que me hicieron ayer los policías cuando volvía de mi trabajo.
Como cada día, tenía que ir a la pescadería a cumplir con mi negocio, aunque ahora ya se está yendo por los suelos con los indignados acampados demasiado cerca. Así que sólo vendí un par de calamares y un filete de perca a una clienta habitual, para poner en el arroz. A los ocho de la tarde, cerré las luces de la pescadería, cerré la puerta, bajé la persiana y me fui hacia casa. Pero de golpe, vi una porra en mi brazo, y después ya no la vi ni en mi cara, ni en mi espalda, ni en mi estómago, ni en todas las otras partes de mi cuerpo, aunque me dieron en todas ellas. Me quedé tendido en la calle, casi sin poder respirar, intentando llegar a las aceras. Los policías habían llegado para ahuyentar a los acampados, eso sí a porrazos, no de modo civilizado. “Qué idiotas, pero si no se van a mover…” pensé “...al menos hasta que no hayan conseguido lo que piden, ¡o me hayan hundido mi negocio!”. Al cabo de un buen rato, los policías se fueron retirando, golpeando aquél que se mantuviera en pie, creyéndose que los habían intimidado.
https://www.youtube.com/watch?v=g1s47L8DrJ0&feature=related
MICRORRELATO
La puerta se abrió, pero nadie estaba detrás de ella.
CASANDRA
Casandra era una chica normal y corriente. Se levantaba a las siete i media para ducharse, a las ocho preparaba su desayuno y a las ocho media se marchaba de casa para ir al instituto. Allí se encontraba con sus amigos y amigas, hacía las clases normalmente y lo entendía todo a la primera. Pero tenía un pequeño detalle, en su iPhone, tenía una aplicación que le permitía saber lo iba a ocurrir durante el día, si iba a suspender un examen, también sabía si algún compañero de su clase se iba a discutir con alguien, sabía si se iba a hacer daño e incluso podía saber lo que le iría a ocurrir el día siguiente.
Sin embargo, nadie se la creía. Cuando tenía ya unos dieciséis años, un chico afable, simpático, aunque no muy guapo. Un día, decidió de pasar esa aplicación a la chica que más quería: Casandra. Ese chico podría ser feo, pero de tonto no tenía un pelo, no le dio la aplicación sin más, porque si él se la pasaba no la podría recuperar, era única. Así que a cambio de ese espléndido servicio para iPhone, le pidió que salieran juntos, que festejaran y que más tarde se casaran. Ella no lo veía muy claro, así que primero le dijo que quería ver esa aplicación y si era verdad, aceptaría. El chico le pasó la aplicación vía What’s app y esperó un día para que la chica pudiera ver que lo que decía era verdad.
Casandra no se creyó en ningún momento lo que el chico le decía, así que en ninguna ocasión tuvo la intención de salir con él. Cuando consiguió la aplicación y vio que era verdad, hizo caso omiso de la promesa que le hice al chico. Ella iba fardando de su nuevo “poder” y aconsejaba a todos sus compañeros de lo que tenían que hacer para lo correcto.
El muchacho, cansado de esperar, se fue a encontrarla a la hora del patio. Cuando Casandra le dijo que no iban a salir juntos, él se enfureció, tanto, que publicó en la red todo lo malo que ella tenía, fotos escandalosas. Todo lo hizo para que nadie más creyera a Casandra y se quedara sola. Ella iba conservar su iPhone con la aplicación, pero nadie se la creyó cuando los avisaba de cualquier mal.