Historias reales

 El profesor de matemáticas

Del día catorce de agosto al veinticinco del verano pasado, mi familia y yo nos fuimos de crucero por el Mediterráneo. La primera escala la hicimos en Cannes. Allí vimos sus magníficas playas y el famoso hotel Carlton. El siguiente día fuimos a Florencia. Allí vimos el David de Miguel Ángel, la iglésia de Santa Maria Novela... Y la siguiente escala la hicimos en Civittavecchia y nos fuimos a Roma. No os voy a decir que otras escalas hicimos porque mi historia empieza y termina aquí. Nosotros nos fuimos, como todo el mundo hace cuando va a Roma, a ver el Coliseo. Cuando hubimos disfrutado de esa antigüedad romana, nos dirigimos a el Vaticano. Pero cuando estábamos cruzando el impresionante río Arno por la otra parte del puente venia una persona conocida por mi. Nos fuimos acercando y acercando hasta que nos quedamos en medio del puente. Era el profesor de matemáticas Jaume Doménech. Mirad si es grande el mundo que nos encontramos en medio del río Arno.

 

¡Qué se va!

Esta mañana, como todos los días anteriores, estaba nublado. Sabía que cuando levantara la persiana de mi habitación, no podría ni ver la casa que tengo en frente. Me costó especialmente, salir de la cama y ponerme a trabajar. Me levanté y me fui a desayunar. Preparé un vaso de leche para mi y mi hermano y varias galletas. Este día teníamos que ir apresurados porqué mi madre tenía que llegar temprano al trabajo, así que salimos antes de casa. Pasamos por casa de mis abuelos a dejar a mi hermano, mi clarinete y el libro y la libreta de música, pero cuando era dentro de la casa, oí el coche de mis padres que se marchaba. Dejé todo lo que estaba haciendo y me fui detrás de él. Los seguí serpeando los coches y evitando todas la personas que se me ponían delante y, alguna vez, tuve que saltar algunos objetos para no retrasarme. Suerte tuve que el coche se paró porqué tenia otro delante. Me acerqué al coche, mi padré bajó la ventanilla y me dijo: " ¿Se puede saber que te has dejado ahora? ¡No ves que llegamos tarde a dejarte en el instituto! "

 

 

Experiencia de esquiador principiante

Hace poco, el departamento de Educación Física del instituto Pere Alsius i Torrent organizó una estancia de tres días de esquí para que los alumnos de tercer de E.S.O. aprendiésemos ese deporte (aunque creo que no todos lo consiguieron). Cuando llegamos por primera vez a las pistas, nos sentimos humillados y avergonzados ante nuestra ineptitud en este deporte. Mirábamos, muy sorprendidos, como giraban, derrapaban y frenaban todos aquellos ricos que se pagan un forfait de 40 o 50 euros por semana. Pero nosotros, a nuestro ritmo, aprendimos a girar y frenar, cada uno a su modo, pero con los máximos esfuerzos que podíamos (y aún así nos caíamos). Cuando el monitor que nos enseñaba nos vio lo bastante preparados, nos llevó a coger el telearrastre. Fue cuando uno de esos ricos quería frenar y nos dejó a todos calados, que me di cuenta de la desigualdad social que había dentro de esas pistas. Aquellos hombres se habían pagado durante quién sabe cuántos años, un forfait carísimo, para aprender a frenar de ese modo tan espectacular. En estas pistas, pero, solamente debía de haber una minoría de personas ricas, pues toda la otra debía estar en unas pistas mucho más buenas, de más lujo y, por supuesto más caras que aquellas, cómo los Alpes o algunas por estilo.

Cuando un trabajador humilde, con un sueldo mínimo para cubrir sus necesidades básicas, y a veces permitirse algún lujo, se va a esquiar por primera vez, ¿cómo se siente cuando ve todos aquellos ricos, que se pagan un Forfait de 40 o 50 euros cada semana, solamente para coger un telesilla o telearrastre y presumir su experiencia en este deporte? El trabajador los observa, boquiabierto, viendo como derrapan y frenan con un sencillo movimiento de tobillo. En cambio, cuando el trabajador se dispone a ponerse unos esquís, primero que no puede, y segundo que cuando intenta frenar al final de una enorme pendiente, lo único que consigue es llevarse consigo las personas que tiene delante, y chocar contra la valla que hay a unos pocos metros. Él se imagina que estos que ahora lo hacen tan bien, al principio debían caerse tantas veces como él, o más, pero ellos podían volver a intentarlo con el dinero que les sobraba del restaurante en el cual habían cenado el día anterior.

De algún modo, practicar el  esquí es un indicador de la categoría social de cada familia o persona, solamente las personas con un sueldo más alto que el de los demás, se puede permitir este lujo de venir cada semana a bajar por unas pistas de esquí, incluso, algunas empresas, les dan una semana de fiesta a sus empleados, para que se puedan gastar su sueldo esquiando. Por otro lado, la otra gente tiene que trabajar y ahorrar mucho más por conseguir una entrada para ir al cine, por ejemplo.

La riqueza, en el mundo en general, está muy mal repartida. Yo comento las diferencias que hay entre los países ricos, pero no hay punto de comparación con los países pobres, que si se pueden pagar ni un plato de lentejas, menos se van a poder pagar un forfait.

 

 

En concierto

Es increíble la cantidad de sensaciones que uno puede tener antes de tocar en un concierto y durante un concierto. Yo, al ser clarinetista, he tocado varias veces en “La Jove Orquestra de Banyoles”, pero también he tocado individualmente. No se comparte la misma sensación tocando en un grupo, que tocando solo, pues tocando en un grupo te sientes más refugiado entre el sonido de los otros instrumentos. En cambio cuando está solo, solamente eres tú y tu instrumento y si hay alguien que te acompaña. Antes de ir a tocar, me han venido todos los males que uno puede imaginar. A veces he sentido mareo y mucha, muchísima calor. Pero lo que siempre me ocurre, es que tengo la necesidad de ir al baño, cuando había ido hacía un cuarto de hora.

            Por otro lado, cuando estoy tocando, el sudor me baja por la frente, y me noto la camisa apretada contra mi espalda, no puedo mover los brazos porque están enganchados a la ropa. Solamente estoy pendiente de la partitura y de que los dedos vayan al agujero correspondiente. Únicamente cuando tengo algunos compases de espera,  me atrevo a mirar un poco por encima del atril y ver todos los ojos que me miran, pendientes del sonido de mi instrumento y esperar si cometo algún error. Cuando veo esto,  vuelvo a bajar la mirada hacia abajo para no mirar la cara de los espectadores en caso de que cometiera algún fallo.

            Por fin he terminado y ya me siento muchísimo más aliviado, desmonto mi instrumento y me uno a la multitud. Me convierto en dos ojos más para el siguiente músico.

 

 

Los Reyes tardíos

Cincuenta años de casados. Esto era lo que cumplimos mi marido y yo el miércoles pasado. Como cada fin de semana, el sábado y el domingo comimos con nuestro hijo, en su casa. Salmón ahumado, huevos, aceitunas, jamón ibérico, pollo, una botella de cava y, de postres, hojaldre que había preparado nuestro nieto. Todos celebramos ese aniversario, brindamos y nos hartamos como siempre habíamos soñado de pequeños, durante la guerra civil.

            El domingo por la tarde, mi marido y yo nos fuimos a ver la exposición de flores, en el monasterio, escuchamos música en el patio interior y después charlamos con la gente que nos felicitaba por nuestro aniversario. Cuando llegamos a casa, una música llegó a mis oídos (más tarde supe que se trataba de las Variaciones Goldberg de Bach). “¡No! ¡Te has dejado la tele encendida!”, me dijo mi marido, mientras abría la puerta. Pero no era la tele, sino que vimos la cara de nuestro nieto pequeño mirándonos, sonriendo desde una pequeña pantalla. Nos quedamos un rato sentados, mirando todas las fotos que iban apareciendo, emocionados, casi llorando y mirándonos de reojo, mi esposo y yo, para ver si a alguno de los dos se nos escapaba alguna lágrima. Al cabo de un rato, cuando ya se repetían las fotos, llamamos a nuestro hijo para que viniera a enseñarnos cómo funcionaba ese marco digital. Los “reyes” de nuestra familia habían pasado mientras estábamos fuera y nos habían dejado, encendida, una pantalla con las mejores fotos de mis nietos, mi hijo y mi nuera.

            Cincuenta años de casados no los cumple cualquiera.

 

https://www.youtube.com/watch?v=g7LWANJFHEs

 

 

De colonias

    Cinco años han sido que he ido a estas colonias, des que las descubrí, y me arrepiento de no haberlas encontrado antes. Allí estaba, durante diez noches y once días, con mis amigos y los monitores. Seguramente no son las mejores colonias que hay, pero son las que a mí más me gustan. A pesar de la diferencia de edad, los monitores eran casi cómo nosotros, reíamos y hacíamos broma de lo mismo, se adaptaban a nuestro tipo de humor… Pero ahora ya soy mayor y no tenga edad para ir, por eso espero poder llegar tan rápido como pueda a ser un monitor como ellos.

                Hay muy pocas palabras para poder describir la nostalgia que voy a sentir por ellas, y una de ellas es: inolvidables.

https://www.youtube.com/watch?v=ubDN1dkq6bU

 

 

Tormenta

 

Estaba en la cama, durmiendo, cuando de golpe empecé a oír cosas que pegaban la ventana, muy fuerte. Me levanté y subí la persiana. Era de noche y todo estaba oscuro, no había luz en la calle, aun así, se podía distinguir el blanco del granizo que había en el jardín. Piedras blancas i frías como el hielo, del tamaño del tapón de una botella, caían del cielo. Bajé rápidamente la persiana antes de que el vidrio se rompiera. Volví a la cama y me dormí en seguida. Oí otra vez un ruido, pero no era el ruido del granizo, sino de un trueno. Me desperté de golpe, y casi caigo de la cama del susto. Encendí la luz, pero no llegó. Supuse que con la tormenta se había ido. Pocos segundos después del estruendo, un estilado de luz se filtró por las rayitas que había en la persiana. Me acosté de nuevo, y no me fue difícil dormirme. No me levanté hasta la mañana siguiente.

 

 

Monitor

¡Por fin! Estaba esperando este momento des de hace mucho tiempo. La semana pasada, hicimos una reunión con el grupo de Ei, Gent! (una asociación juvenil i infantil dónde se practica la educación en el ocio) dónde se nos pedía de ser monitores durante la vacaciones de verano. No siempre he tenido el deseo de ser monitor, pero cuando ya hacia unos cuantos años que iba con ellos de colonias, lo tuve muy claro “yo voy a formar parte de ese grupo de monitores”. Además me encantan los niños y estoy muy seguro de que me va a gustar. Primero me lo he pasado en grande en sus colonias, y ahora lo voy a hacer las mías.

 

Hermanos

Maria Anna Mozart, también conocida como Nannerl y Marianne fue una famosa compositora de música del siglo XVIII y era la hermana mayor de Wolfgang Amadeus Mozart. Wolfgang aprendía de las instrucciones que daba Leopold (padre de Amadeus y Marianne) a su hija. Marianne y Amadeus fueron muy buenos amigos se lo pasaban muy bien juntos. Pero se hicieron mayores, rompieron sus lazos de amistad. Se dice que después de la infortunada visita de Amadeus a Salzburgo, Marianne no quiso saber nada de él. Ni siquiera llegaron a conocer a sus sobrinos. Mi teoría es que Marianne tenía celos de Amadeus, pero que él fue (y todavía lo es) el gran compositora de la época.

Igual que ahora ¿quién ha sido recordado hasta nuestros tiempos?  Amadeus. Muy poca gente debe de saber que Amadeus tenía una hermana y estoy seguro que los pocos que lo saben no se deben pensar que también fue una compositora.